La paulatina digitalización de la industria de la información y el entretenimiento ha provocado cambios trascendentales en los lenguajes y las narrativas empleadas para contar las historias. En pocos años se pasó de fundamentar el ejercicio de la comunicación en un soporte, que daba origen a un medio (prensa, radio y televisión) a tener múltiples soportes que originaron un nuevo escenario: los medios digitales, interactivos y multimedia.
Las consecuencias de esa revolución digital no se hicieron esperar. Como es costumbre, la primera parte de la reacción se da en el ámbito empresarial, en el que se empieza a re elaborar el modelo de negocio de la comunicación pública, tarea que todavía está en curso; como consecuencia de tal acomodación se transforman las rutinas de producción de contenidos, cambian los perfiles de los periodistas, productores, editores, realizadores, etc., haciéndose más polivalentes (multimedia); ésta realidad obliga a renovar los procesos de formación vividos en Universidades y centros de estudio a lo largo del mundo; cambia el momento y el espacio para ejercer la comunicación, se desvanece la periodicidad y revive la inmediatez; los dueños de la comunicación también cambian, pues de los periodistas o realizadores, se pasa al ciudadano productor de contenido... en general todos los elementos del ecosistema de comunicación evolucionan.
Así, ¿en dónde quedan las audiencias? Hoy lo que al respecto se vislumbra es un usuario activo, productor de contenidos, multitarea, que despliega su identidad, sus gustos y sus creencias en la fe. Aquella audiencia masiva, manipulable, propia de la sociedad de masas va desapareciendo poco a poco. Las múltiples posibilidades de la comunicación digital, se corresponden con las múltiples exigencias del nuevo interlocutor.
No hay comentarios:
Publicar un comentario